La noche en que la muerte esperó pacientemente en el Callejón del Tinte

A lo largo de sus miles de años, Cádiz ha tenido una vida tan intensa que cada rincón de sus calles están plagados de historias y leyendas. La de hoy es cuanto menos inquietante. Nos situamos en pleno siglo XVIII justo en la calle que une San Francisco con la Plaza Mina. Estamos en el Callejón del Tinte, enclave gaditano que será el escenario de un sobrecogedor suceso contado en su día por el escritor y poeta José Joaquín de Mora.

Por entonces el Callejón del Tinte no era ni mucho menos tal y como lo conocemos hoy. En aquella época, existía una puerta para entrar al convento de San Francisco, que llegaba hasta la Plaza Mina, donde había una huerta y una enfermería. Allí mismo se encontraba una pequeña hornacina con la imagen de Nuestra Señora de los Remedios.

Cada noche, tres chicos se disponían a pasar un buen rato accediendo a los locales que en los alrededores existían. Un día y en la oscuridad de la noche, una mujer que yacía arrodillada ante la hornacina, les llamó poderosamente la atención. Se acercaron a ella tan disimulada como inútilmente con el objetivo de ver de quien se trataba. En realidad, no era la primera vez que la veía y la curiosidad comenzaban a picarles. Aunque con la intriga de no saber quién era, los chicos prosiguieron con sus planes no dándole demasiada importancia.

A la noche siguiente y haciendo el mismo camino, los tres amigos volvieron a ver a la mujer arrodillada ante la Señora de los Remedios. «Esta vez no se me escapa. Voy a hablar con ella ahora mismo» debió decir el más echado pa´lante. «Anda ya cohone, déjala y vámono, anda» debió responder el resto. Ante su negativa, los dos amigos decidieron continuar su camino sin él: «Pues te esperamos en la Plaza de Loreto. No tardes» les debieron advertir algo contrariados en alusión a la plaza hoy denominada Mina.

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Tras un rato esperando y en vista de que no volvía, los compañeros del chico que había tenido la curiosidad suficiente como para intentar al menos descubrir la identidad de la mujer que rezaba en la pequeña hornacina, decidieron ir en su busca.

La oscuridad y el silencio de la noche se encargaban de envolver de misterio aquel rincón gaditano. Cuando llegaron finalmente a la famosa hornacina, la escena que presenciaron les dejó completamente boquiabiertos. Un escalofrío les recorrió el cuerpo echándose las manos a la cara en señal de un claro horror: el amigo yacía en el suelo muerto. Los dos amigos miraron a un lado y al otro intentando encontrar al responsable de semejante acto violento. Pero no encontraron a nadie. Mucho menos a aquella mujer a la que no volvieron a ver jamás. Desesperados por encontrar alguna explicación sobre lo sucedido, los dos amigos llegaron a la conclusión de que aquella señora que había despertado la curiosidad de los tres era la mismísima muerte, que esperó pacientemente a su amigo para llevárselo con ella.

Según cuenta la leyenda, dicen que la impresión sufrida por el macabro suceso fue tal que empujó a uno de los amigos a ingresar en el convento de los Franciscanos meses después y al otro a relatar lo vivido llegando a los oídos de Adolfo Vila Valencia, que lo plasma en un en un libro sobre las plazas y calles de Cadiz.

@ManoloDevesa

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