Trabajar de cara al público no está pagado. ¡Cuántas veces habré escuchado esa frase! Imaginaros las anécdotas que pueden ocurrir detrás de un mostrador. Con el solo objetivo de echarnos unas risas inauguramos ésta nueva sección para que nos contéis alguna de ellas.
Sitúense en un pequeña librería que durante dos años regenté. Allí tuvieron lugar centenares de anécdotas con los clientes, de los que dicho sea de paso guardo en su mayoría un entrañable recuerdo. Pues imaginen la escena: entra un chico de aspecto algo desaliñado. No habla muy bien español pero entiendo que lo que quiere es un bolígrafo. Cuando le señalo el rojo, me asiente con la cabeza. Mi sorpresa viene a la hora de pagar cuando ni corto ni perezoso, veo como me acerca un pequeño animalillo que sostiene en las manos. Es un conejo. Su lúcida mente le ha dado para pensar en que puede regalármelo a cambio de no pagarme el bolígrafo…
Los centros comerciales deben ser una auténtica mina. A medida que Roberto me contaba la anécdota de su hermano, dependiente de ordenadores, no podía parar de reír. Un día llegó un señor dispuesto a devolver la compra que le había hecho días antes. ¿Qué le ocurre al ordenador? La explicación del señor fue tan sorprendente como surrealista. «Resulta que el posavasos me tira el café«. Imaginen la carita del dependiente intentando averiguar que tenía que ver el tocino con la velocidad. Aunque seguro que no fue nada comparada con la que pondría cuando descubrió lo que el señor pretendía decirle. Fue entonces cuando le contó que abría el lector de Cds pensando en que aquello era un posavasos y apoyaba allí el café. Claro, cuando al rato de estar abierto el lector se cerraba, ahí iba a tomar por saco el café. Alucinante.
El mismo Roberto me contaba otra anécdota sucedida también a su sufrido hermano. Un día llegó un señor pidiendo pistachos. Así, como lo escuchan. «Pero es que todo el mundo me manda a una barraca (tienda de frutos secos). Yo lo que quiero es la pistacho para que el niño se entretenga jugando«. En efecto, lo que quería era la Playsatation.
Elvira me cuenta la siguiente. El hambre marcó la vida de muchos de nuestros antepasados. Entre ellos su propia madre quien dice que una vez entró en un ultramarinos a comprar «fiado». Mientras el amable dependiente le despachaba, observó unas lasquitas de queso encima del mostrador que le llamaron la atención e hicieron rugir probablemente a su estómago. Con disimulo e intentando calmar su hambre, comenzó a rascarla muy disimuladamente con el objetivo de comérselas. Su sorpresa llegó cuando a llevárselas a la boca descubrió que aquello no era queso si no jabón…
El gremio de las perfumerías es otro filón. En una ocasión entró una clienta pidiendo un rimmel muy resistente al agua. Nadie le pidió ningún tipo de explicaciones pero aún así se deshizo en ellas: «Lo necesito porque yo soy una gran folladora y se me corre el rimmel cuando follo«. La cara de la dependienta debió ser un poema…
@ManoloDevesa
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